Así como en el principio Dios puso a Adán en el huerto de Edén para que lo labrara y lo guardase (Gn. 1:15), hoy nosotros también tenemos esa misma responsabilidad para con el “huerto” de nuestro corazón.
Dios nos ha llamado a que cuidemos y guardemos nuestro corazón. La Biblia dice en Proverbios 4:23: “Sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón; Porque de él mana la vida.”
El énfasis del cuidado radica que con el “corazón se cree…” (Romanos 10:10). La sustancia de nuestra fe está asentada en nuestro corazón y por eso es el campo de batalla donde el enemigo viene a atacarnos. Por eso, necesitamos cuidar el huerto de nuestro corazón para tener activa nuestra fe.
Cuando nuestra fe se apaga, quedamos expuestos a merced de los enemigos, porque la fe es la que activa a la espada del Espíritu, que es la palabra de Dios, para vencer a los enemigos de Dios (Efesios 6:17). Por eso en el mismo capítulo, en el versículo 16, se nos anima a “tomad el escudo de la fe, con que podáis apagar los dardos del enemigo.”
Como creyentes en Cristo somos llamados a cuidar el huerto de nuestro corazón. Si nos descuidamos podemos permitir que el enemigo siembre semillas venenosas que apagaran nuestra fe y sin fe quedaremos impedidos de alcanzar las promesas de Dios.
Existen algunas semillas venenosas que pueden contaminar el huerto de nuestra vida y apagar nuestra fe. Son semillas doblemente dañinas. Veamos cuáles son:
1- Duda e incredulidad
Recién mencioné que el enemigo de nuestras almas lanza de sus dardos de duda e incredulidad para que ellos lleguen a nuestra mente como si fueran nuestros propios pensamientos. Son pensamientos que vienen para hacernos dudar de lo que Dios dice en su palabra.
Siempre el enemigo trabaja como lo hizo al principio. “¿Conque Dios ha dicho…?” (Gn. 3:1). Nuestro problema es que cuando nos llegan esos pensamientos negativos, contrarios a las promesas fieles de Dios, en vez de rechazarlos los asimilamos y terminamos creyéndolos. El resultado es que somos absorbidos por la duda y la incredulidad.
La Biblia en Romanos 14:23 nos dice que la duda trae condenación y es un pecado: “Pero el que duda…, es condenado, porque no lo hace con fe; y todo lo que no proviene de fe, es pecado”
Santiago 1:6 dice también que la duda no nos lleva a ningún lado bueno: “Pero pida con fe, no dudando nada; porque el que duda es semejante a la onda del mar, que es arrastrada por el viento y echada de una parte a otra”.
Sobre la incredulidad leemos en Mateo 13:58 “Y no hizo allí muchos milagros, a causa de la incredulidad de ellos”. La incredulidad nos impide alcanzar lo milagroso del Señor.
Marcos 6:6 dice algo asombroso: “Y estaba asombrado de la incredulidad de ellos. Y recorría las aldeas de alrededor, enseñando”. Note que Jesús debido a la incredulidad de la gente no pudo hacer milagros y se limitó solo a dar una buena enseñanza.
Marcos 16:14: “Finalmente se apareció a los once mismos, estando ellos sentados a la mesa, y les reprochó su incredulidad y dureza de corazón, porque no habían creído a los que le habían visto resucitado”. Note la asociación que existe entre la incredulidad y la dureza del corazón.
¿Cuál es la diferencia entre la duda y la incredulidad? Parecieran ser iguales pero podríamos decir que la incredulidad es un estado constante de alguien que tiene cauterizada su mente y no tiene en cuenta la ayuda de Dios ni su presencia para en su vida. La duda, en cambio, es tropezar en el camino de la fe, es la que pretende hacernos titubear mostrándonos la evidencia contraria de lo que Dios dijo, es la que pretende hacernos sentir que “no pasa nada” a pesar de confiar en el Señor. La semilla de la duda, cuando se la acepta, termina por hacer que ese corazón quede atrapado en la incredulidad como un estado final.
2- Queja y murmuración
Nuestra naturaleza caída tiene la tendencia hacia la queja y murmuración. Son dos hábitos gemelos que contaminan el alma y el espíritu. La queja es la enemiga de la alabanza y la murmuración lo es de la acción de gracias. Cuando las cosas no salen como esperamos o se demoran más de lo imaginado nuestros sentimientos se alteran y podemos dar lugar a la queja y la murmuración. Podemos quejarnos de todo, inclusive de Dios. Debemos entrenarnos para tener reacciones espirituales más que emocionales o carnales. Para esto se requiere estar alerta y ejercer disciplina diaria.
Sobre la queja leemos que aparece solo dos veces en el Nuevo Testamento y está asociada con las relaciones interpersonales: “soportándoos unos a otros, y perdonándoos unos a otros si alguno tuviere queja contra otro. De la manera que Cristo os perdonó, así también hacedlo vosotros” (Colosenses 3:13) y “Obedeced a vuestros pastores, y sujetaos a ellos; porque ellos velan por vuestras almas, como quienes han de dar cuenta; para que lo hagan con alegría, y no quejándose, porque esto no os es provechoso”. (Hebreos 13:17).
Sobre la murmuración en 1 Corintios 10:10 leemos: “Ni murmuréis, como algunos de ellos murmuraron, y perecieron por el destructor”. El pasaje se refiere a otro del Antiguo Testamento donde el pueblo de Dios murmuró: “Y los varones que Moisés envió a reconocer la tierra, y que al volver habían hecho murmurar contra él a toda la congregación, desacreditando aquel país…” (Números 14:36). El Salmo 106:25 dice también: “Antes murmuraron en sus tiendas, Y no oyeron la voz de Jehová”.
3- Ignorancia y pasividad
Ser ignorante no me exime de experimentar las consecuencias. Uno puede tomar en su ignorancia un vaso de veneno pensando que era agua pero eso no le impedirá envenenarse.
La ignorancia es una mala semilla que conduce a la pasividad. La pasividad conduce a la falta de movilidad y al estancamiento. La ignorancia inmoviliza, en cambio el conocimiento y la sabiduría nos ponen en movimiento porque nos proveen entendimiento para saber qué hacer y adónde ir.
1 Timoteo 1:13 dice sobre la ignorancia: “habiendo yo sido antes blasfemo, perseguidor e injuriador; mas fui recibido a misericordia porque lo hice por ignorancia, en incredulidad”. Note la relación que existe entre la ignorancia y la incredulidad.
Oseas 4:6 dice: “Mi pueblo fue destruido, porque le faltó conocimiento. Por cuanto desechaste el conocimiento (y continuaron en ignorancia), yo te echaré del sacerdocio; y porque olvidaste la ley de tu Dios, también yo me olvidaré de tus hijos”.
Isaías 5:13 dice: “Por tanto, mi pueblo fue llevado cautivo, porque no tuvo conocimiento; y su gloria pereció de hambre, y su multitud se secó de sed”. Hay cautividad en la ignorancia.
Génesis 43:10 dice: “pues si no nos hubiéramos detenido (es decir, ser pasivos), ciertamente hubiéramos ya vuelto dos veces”.
Cuidemos el huerto de nuestro corazón para que nuestra fe no se contamine y siempre pueda estar viva, latente y creciente, porque con esa clase de fe es la única manera en que podremos alcanzar cada una y todas las promesas de Dios registradas en su Palabra.
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