lunes

NO PUDE CAMBIAR TU VIDA POR LA MÍA

 

NO PUDE CAMBIAR TU VIDA POR LA MÍA

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Hubiera deseado dar mi vida, a cambio de la tuya, pero eso no fue posible.

Pedí a Dios.

Suplique e implore, pero nada cambió. 

Me derrumbe, y hasta pensé que moría en vida,

noches de tristeza, de soledad, de insomnio.

La vida no se detuvo,... mi vida se detuvo y era inevitable la pregunta ¿ Por qué?

Si era una persona llena de vida de sueños e ilusiones y en un momento todo cambió. 

Cuánto cuesta aceptarlo....

Cuánto cuesta renacer...

Cuánto cuesta encontrarle un sentido, a lo que ya no tiene sentido. 

Me miré; y yo ya no estaba.

Me busqué y no me encontré. 

Miraba en el espejo un rostro triste, lastimado, demacrado, y envejecido  por el dolor. 

Pero en ese momento llegó a mi mente, algo hermoso; algo bello; la sonrisa tan hermosa de mi ser amado.

 No pude evitar sonreír al recordarle!...

Y así fue, cómo poco a poco fui descubriendo que al dolor, lo podía ir transformando, con sus hermosos recuerdos y sus palabras de amor.

Había descubierto lo más maravilloso;

¡ Su amor siempre está presente.

No pude cambiar mi vida, por tú vida, pero si puedo, honrar tú vida con mi vida.

Cada segundo, cada instante, cada día...

Aún te extraño tanto; pero mantengo la esperanza de volvernos a encontrar, ahí....

en el más allá...

Y seguiré.

miércoles

La media cobija

 

Don Roque era ya un anciano cuando murió su esposa; durante largos años había trabajado con ahínco para sacar adelante a su familia; su mayor deseo era ver a su hijo convertido en un hombre respetado por los demás, proyecto al que dedicó su vida y su escasa fortuna.

A los setenta años, don Roque se encontraba sin fuerzas, sin esperanzas, solo y lleno de recuerdos; esperaba que su hijo, ahora brillante profesional, le ofreciera su apoyo y comprensión, pero veía pasar los días sin que éste apareciera y decidió por primera vez en su vida acercarse y pedirle un favor.

Don Roque tocó la puerta. Hola papá, ¡qué milagro que vienes por aquí!; ya sabes que no me gusta molestarte, pero me siento muy solo; además estoy cansado y viejo. 

Pues a nosotros nos da mucho gusto que vengas a visitarnos ya sabes que esta es tu casa.

Gracias hijo, sabía que podía contar contigo, pero temía ser un estorbo, entonces, ¿no te molestaría que me quedara a vivir con ustedes? ¡Estoy tan solo!

Ehh.... ¿quedarte a vivir aquí? sí... claro... bueno... no sé si estarías a gusto, tú sabes la casa es chica... mi esposa es muy especial... y luego los niños...


Mira, hijo, si te causo muchas molestias olvídalo, no te preocupes por mí, alguien me tenderá la mano. 


¡No papá no!, ¡No es eso! Sólo que... no se me ocurre dónde podrías dormir, no puedo sacar a nadie de su cuarto, mis hijos no me lo perdonarían... a menos que no te moleste.
¿Qué cosa hijo? Bueno... dormir en el patio. 

¿Dormir en el patio? bueno... el patio está bien. El hijo de don Roque llamó entonces a su hijo Luis de once años. 

Dime papá. 
Mira hijo, tu abuelito se quedará a vivir con nosotros, tráele una cobija para que se abrigue y no pase frío en la noche.
Sí, con gusto... pero... ¿dónde va a dormir mi abuelito?
en el patio, no quiere que nos incomodemos por su culpa, ya sabes cómo es. 
Entonces el niño subió por la cobija, tomó unas tijeras y la cortó en dos, en ese momento llegó su padre.

¿Qué haces, porqué cortas la cobija de tu abuelito?
Sabes papá... estaba pensando... 
¿Pensando? 
Sí, en guardar la mitad de la cobija para cuando tú seas viejo y te vayas a vivir a mi casa.